No es una mala vida entre los trenes y el Ópera

Cada día que salgo de la escuela a las 11.45 am, luego de estar tres horas en clase, recibo el sol del verano en la cara mientras busco mi bicicleta para volver a casa, y me siento alegre. No alegre de una forma naive, sino alegre por sentirme productivo. Me da felicidad hacer algo en la mañana que sea interesante y útil. Me encanta saber que tengo todo el día por delante y mi mente fresca para trabajar.

Es una felicidad tranquila, silenciosa. En ese estado disfruto mucho ver la calle y la gente. Estoy en pleno centro de la ciudad y pasan rápidamente por mi lado otras bicicletas, turistas distraídos con sus cámaras, hombres y mujeres en trajes de oficina, estudiantes, etcétera. Pasan también los autos con sus motores silenciosos y me alegra profundamente que nadie toque en el claxon como en mi ciudad. Realmente, casi ni percibo las decenas de autos que pasan por el “Ring”. Parecen coches fantasmas.

Pero sobre todas las cosas me gusta el S-Bahn, el tren de la calle. En mi país usamos buses y taxis para movilizar a la gente, pero acá el tren es el centro del transporte público. Aunque he venido varias veces a Europa el tren me sigue pareciendo alucinante y me encanta mirarlo. Cuando lo veo venir me detengo en la esquina de la academia para verlo dar la curva lentamente hacia Karlsplatz. Me gusta en especial los que tienen vagones antiguos porque parecen de juguete.

Otra de las cosas que me gusta mucho es el Ópera (die Wiener Staatsoper). Voy a Wikipedia y encuentro que tiene 150 años de construido y fue inaugurada con la ópera Don Giovanni de Mozart. La llaman “la primera casa del Ring”. Leo también que fue bombardeada en la segunda guerra mundial y que sufrió un terrible incendio que destruyó 150 mil trajes de teatro. Se reabrió 10 años después con una obra de Beethoven. Tiene capacidad para 2284 personas. En Viena hay varias salas de concierto grandes, pero sin duda el Ópera es el centro musical de la ciudad. Nunca he entrado, sin embargo, en una semana iré a ver a uno de mis cantantes favoritos, Gilberto Gil, de Brasil, que tocará en el Jazz Fest Wien.

Subo a mi bicicleta y como tengo todo el día para mí y no estoy apurado, pienso lentamente qué voy a cocinar para almorzar. En el camino paso por el mercado, tomo algunas cosas y al llegar, me siento a escribirles. Los vieneses tienen la costumbre de afirmar algo por medio de una negación. Por ejemplo a la pregunta “¿Cómo está la comida?”, podrían responder, “No es mala”.

Entonces sí, se me antoja terminar diciendo que con estas cosas, no es una mala vida la que tengo por acá.