Truth

Hace unos días fui a un concierto de jazz por el cual había esperado meses. Llegué a la sala muy emocionado porque sabía que vería algo especial, tal vez como ver a John Coltrane o Miles Davis en su mejor momento. Iba a ver a Kamasi Washington, saxofonista de Estados Unidos, para muchos, la nueva leyenda del jazz.

Sin embargo, el concierto se canceló por un terrible malentendido: un guardia de seguridad peleó con un miembro de la banda (que justamente era el padre de Kamasi). Yo justo llegaba cuando vi todo, vi cómo se insultaban mutuamente en inglés y se empujaban. La banda salió al escenario una hora más tarde, explicando que no tocarían esa noche por protesta, salvo una canción, llamada “Truth”. Y así fue, tocaron esta, y se fueron. Al final, todos fuimos víctimas de una pelea absurda.

Disculpen que, siendo un blog de idiomas y cosas felices, escriba sobre esto. Es que es serio, y aquí va la reflexión: cuando volvía a casa pensaba en las diferencias, en el odio, en el amor, en el ego, en el perdón. Pensé también en los idiomas. En la música. En los lenguajes. Pensé en cuánto empiezo a entender a otro desde que comprendo lo que dice. Desde que aprendo alemán, siento que mi mundo se expande y mis posibilidades comprensivas también. Pensé que el mundo sería mejor si aprendiéramos idiomas. Si nos animáramos a hablar otras lenguas. La lengua del otro.

Hoy aprendo alemán y ya sé cuál quiero estudiar después: quechua, uno de los 46 idiomas de mi país. Quiero conversar con la gente de los pueblos de mi país en su idioma. Escucharlos. Sentirlos. Ser parte de ellos. No sé si me explico, pero en resumen aquí va: creo que aprender un idioma nos puede enseñar también a aprender del otro.

Sé que la vida no me va alcanzar para aprender todo lo que quisiera, pero sé que puedo ser más amoroso con el mundo aprendiendo idiomas. Porque al final, lo que falló esa tarde en la puerta del concierto no fue el idioma, fue la falta de amor.